
Pobladores denuncian cobros injustos, privilegios oficiales y miedo a represalias en una ciudad que presume grandeza, pero castiga a quien intenta ganarse la vida.
La grandeza de Tlapa se repite en discursos oficiales, en los boletines que buscan presumir desarrollo y en las palabras de quienes gobiernan desde oficinas bien cuidadas. Pero en las calles, donde camina el pueblo indígena que sostiene la economía diaria, la percepción es otra: desigualdad, cobros arbitrarios y un abuso de autoridad en Tlapa que ya no se puede ocultar.
En los últimos meses, comerciantes de a pie, mujeres que venden fruta, jóvenes que cargan medicinas, mototaxistas y familias que buscan el sustento han denunciado que las autoridades municipales aplican multas y cuotas a comerciantes sin claridad ni transparencia. Mientras tanto, vehículos oficiales permanecen estacionados durante semanas en zonas prohibidas sin recibir sanción alguna. “Si uno deja su moto un ratito para comprar una pastilla, luego luego llegan a levantarla”, cuenta don Manuel, vendedor nahua del barrio de Apozonalco. “Pero las camionetas de ellos ahí las dejan días enteros y nadie les dice nada. ¿Pues no que la ley es pareja?”
La desigualdad que se vive en las calles
Para los pueblos mixtecos, tlapanecos y nahuas que llegan a Tlapa desde las comunidades, vender en la ciudad es una forma de sostener el hogar. Pero esa posibilidad se achica cuando deben pagar una cuota diaria para poder colocar su mercancía en la calle. “Son 20, 30 pesos diarios… parece poquito, pero es dinero que se necesita para comer”, dice doña Celia, mujer me’phaa de Atlixtac. “Y si no pagas, te quitan tus cosas”.
Algunos comerciantes señalan que no existe información pública sobre el destino de ese dinero. Tampoco hay claridad sobre quién fiscaliza los cobros. “Uno quiere trabajar en paz, no andar escondiéndose”, dice un joven amuzgo que prefiere no dar su nombre por miedo.
El miedo a denunciar sigue presente
En Tlapa, alzar la voz aún genera temor. Las personas entrevistadas coinciden: señalar un abuso puede traer consecuencias. “Aquí nos conocemos todos, y uno sabe quién está en el poder”, comenta una maestra que acompañó a estudiantes afectados por una multa injustificada. “Pero también sabemos que si nadie dice nada, esto nunca va a cambiar”.
Ese miedo se siente en el ambiente. Nadie quiere perder su trabajo, su puesto en el tianguis o su vehículo. Pero la inconformidad crece. En redes comunitarias y conversaciones discretas, se repite la misma pregunta: ¿por qué castigar al pueblo indígena que sostiene la economía local?
La exigencia de un trato digno
Organizaciones locales han insistido en que es urgente revisar los reglamentos municipales, transparentar los cobros y garantizar que ninguna persona sea intimidada por denunciar irregularidades. La población exige un trato digno, sin favoritismos.
“La grandeza de Tlapa no está en los edificios ni en las frases bonitas”, dice un profesor de Malinaltepec. “Está en su gente. Pero esa grandeza se pierde cuando quien gobierna usa el poder para exprimir a su pueblo”.
Un llamado desde abajo
La denuncia no nace del enojo aislado, sino de la esperanza colectiva de que las cosas pueden cambiar. Tlapa tiene historia, diversidad y fuerza comunitaria. Lo que se pide es simple: respeto, transparencia y un gobierno que no vea a su gente como una fuente de cuotas, sino como el corazón que mantiene viva la ciudad.
Mientras la autoridad decide escuchar o seguir ignorando, el pueblo ya empezó a hablar. Y esa voz, aunque tímida al principio, se vuelve más firme cada día.
