La Poza del Diablo y el arroyo de Talapa enfrentan contaminación, maleza y desinterés institucional, pese a ser referentes culturales y turísticos para las familias de Ometepec.

Un emblema de Ometepec sumergido en el olvido
El arroyo de Talapa ha sido, por generaciones, un punto de encuentro para la gente de Ometepec y comunidades vecinas. Ahí se cuentan historias de infancia, de veranos eternos, de pozas profundas como la famosa Poza del Diablo y la Poza de Camilo. Sin embargo, hoy el lugar luce irreconocible: basura acumulada, maleza espesa, olores fétidos y señales claras de abandono ambiental en Ometepec.
En plena temporada decembrina —cuando cientos de familias regresan del norte o de ciudades grandes para reencontrarse con sus raíces— el arroyo debería ser un espacio vivo, un respiro en medio del calor costachiquense. Pero lo que predomina es el deterioro.
Vecinos que crecieron a la orilla del arroyo lo describen con tristeza:
“Antes veníamos a bañarnos, ahora da miedo acercarse por tanta basura”, comenta Don Arturo, habitante de la colonia Llano Grande.
Basurero clandestino y maleza: señales de una omisión oficial
El abandono no es nuevo, pero sí cada vez más evidente. El arroyo se ha convertido en un basurero clandestino, donde se acumulan desde bolsas de plástico y botellas hasta desechos de obra y restos orgánicos. La maleza, sin control ni limpieza periódica, avanza sobre el cauce y las pozas, deformando el paisaje que tantas generaciones reconocieron como parte de su vida cotidiana.
A pesar de las denuncias constantes, el regidor de Medio Ambiente y las autoridades en turno han mantenido una actitud distante, incluso indiferente. Para muchas personas de Ometepec, la falta de acción refleja el abandono ambiental en Ometepec y la falta de una política pública seria para rescatar espacios naturales comunitarios.
Una joven estudiante lo resume así:
“Las autoridades solo vienen a tomarse fotos en campaña; después, Talapa les deja de importar.”
Un golpe cultural y turístico para Ometepec
El deterioro del arroyo de Talapa no es solo un problema ecológico: afecta directamente la identidad y la economía local. Durante años, Talapa fue un atractivo turístico comunitario, visitado por familias que buscaban un día de descanso, por jóvenes que se aventuraban a la Poza del Diablo y por paisanos que regresaban en diciembre a reconectar con su tierra.
Hoy, las instalaciones están en pésimas condiciones. No hay áreas limpias, ni señalización, ni vigilancia, ni un proyecto básico para recuperar el entorno. Para quienes vuelven después de meses o años fuera, la imagen es dolorosa.
“Es triste regresar y ver que lo nuestro se está perdiendo”, dice una mujer ometepequense que volvió de Estados Unidos para las fiestas.
Esta negligencia también afecta la economía de pequeños comercios cercanos, que solían recibir visitantes atraídos por el arroyo. El mensaje para quienes llegan de fuera en esta temporada es claro: Ometepec no está cuidando sus propios espacios.
La urgencia de rescatar un lugar que pertenece al pueblo
Las pozas de Talapa no son simple geografía: son memoria, historia, convivencia. Su abandono revela una desconexión profunda entre autoridades y comunidad.
Es urgente que el gobierno municipal implemente acciones reales de saneamiento, vigilancia y mantenimiento, pero también que convoque a la comunidad, a escuelas, a colectivos ambientales y a barrios para crear un plan de rescate que perdure. Talapa no puede seguir como un sitio que solo se recuerda con nostalgia.
Ometepec merece espacios dignos, limpios y habitables. La Poza del Diablo y el arroyo de Talapa forman parte de su alma. Dejar que se pierdan sería permitir que una parte de su historia también se borre.
