La vida de Libia Castro Bolaños revela cómo el racismo estructural en Guerrero sigue precarizando a mujeres indígenas trabajadoras que sostienen a sus familias con dignidad.

Una vida entre cerros, trabajo y resistencia
Libia Castro Bolaños tenía 36 años y era originaria de Barranca Pobre, en el municipio de Acatepec, corazón me’phaa de la Montaña alta. Su vida, como la de miles de mujeres indígenas trabajadoras, comenzó entre los cerros: caminaba horas para llegar a la secundaria mientras acompañaba a sus padres en un hogar marcado por la pobreza y la violencia. A los 16 años nació su primera hija, Beatriz; cuatro años después llegó Mirb.
Cuando decidió separarse del padre de sus hijos, las críticas se multiplicaron. Pero Libia no se dobló. Con la frente firme, enfrentó el murmullo del pueblo y la necesidad. Sabía que sus hijos dependían de ella, así que salió a buscar trabajo, como lo hacen tantas mujeres de los pueblos me’phaa, mixtecos y nahuas que cargan sobre sus hombros la supervivencia familiar.
En 2018 migró a Tlapa, ese punto de encuentro donde convergen sueños, precariedades y racismo. Ahí, como muchas, terminó empleada como trabajadora del hogar con jornadas interminables y salarios que jamás reconocen la dignidad de quienes los sostienen.
El cuerpo que resiste y el sistema que niega
Quienes vivían cerca del lugar donde laboraba la recuerdan como una mujer incansable: subía y bajaba calles, hacía mandados, trabajaba fines de semana y días feriados. Cada peso que juntaba viajaba directo a sus hijos en Acatepec. Cuando podía, tomaba trabajos extras, porque siempre hacía falta algo allá, en la casa de lámina y tierra donde esperaba la familia.
A inicios de 2022 su salud comenzó a quebrarse. En Tlapa, donde los centros de salud operan entre carencias y burocracia, Libia tuvo que recurrir a médicos particulares. No mejoraba y tampoco tenía dinero para los estudios que le exigían. Allí apareció la solidaridad de mujeres como Bertha y Odilia, quienes la acompañaron cuando no había nadie más.
El diagnóstico llegó como un golpe: linfoma de Hodgkin avanzado. Gracias al apoyo comunitario, logró ser referida al Instituto Nacional de Cancerología en la Ciudad de México. Pasó 60 días entre hospitales, traslados y noches acompañada solo por su fuerza. Bertha, mujer me’phaa como ella, tomó su mano y caminó a su lado en cada viaje.
Una despedida que duele y un nombre que merece memoria
El 1 de diciembre de 2022 regresaron a Tlapa. Libia estaba contenta porque la próxima semana recibiría tratamiento y, según le dijeron, “regalos de Navidad”. Pero el dolor avanzó con rapidez. En un pequeño cuarto gris del tercer piso, rodeada de sus pocas pertenencias, resistió como pudo.
El 2 de diciembre, a las quince horas, Libia dio su último aliento. Murió víctima del cáncer, sí, pero también del racismo estructural en Guerrero, de la pobreza y de un sistema que históricamente despoja a las mujeres indígenas trabajadoras de derechos básicos: salud, salarios dignos, descanso, acompañamiento.
Beatriz y Mirb, sus hijos, sobrevivían con lo poco que ella enviaba. Hoy cargan no solo la ausencia, sino la memoria de una madre que peleó con todo lo que tenía.
Nombrar para que no se repita
La historia de Libia no debe diluirse en el silencio. Su vida denuncia un sistema que normaliza la explotación y la discriminación hacia mujeres me’phaa y de todos los pueblos de la Montaña. Honrar su nombre es exigir justicia social, acceso real a la salud y reconocimiento al trabajo que sostiene la vida en esta región.
